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Enclavada en un rincón privilegiado de la provincia de Soria, Ólvega es un tesoro escondido que espera ser descubierto. Situada al oeste del majestuoso Moncayo, en el corazón de un valle que despliega una belleza natural deslumbrante, esta localidad se erige como un lugar donde el pasado y el presente coexisten en perfecta armonía. Las montañas que la rodean, con sus cumbres que a menudo se visten de blanco en invierno y su vegetación exuberante en primavera, son el telón de fondo de una historia que se remonta a tiempos inmemoriales. Aquí, los ecos de civilizaciones antiguas resuenan a través de las calles empedradas, donde la vida cotidiana se entrelaza con la historia de los celtíberos, que hicieron de este valle su hogar.
Las excavaciones arqueológicas han revelado que los primeros asentamientos en Ólvega pertenecieron a la tribu de los Pelendones, quienes encontraron en estas tierras ricas en agua y recursos naturales un lugar ideal para establecerse. Sin embargo, la historia de Ólvega no se detiene en la antigüedad; se siente viva a través de cada rincón de la localidad. A medida que avanzamos por sus caminos, podemos imaginar a los romanos que, tras la destrucción de Augustóbriga por las tribus de los alanos, buscaron refugio y nuevas oportunidades en este territorio fértil. Desde aquellos tiempos convulsos, Ólvega ha sido testigo de un flujo constante de pobladores, quienes han trabajado la extracción de hierro y oligisto y han cultivado sus campos de cereales, dejando una huella indeleble en la cultura y la economía local.
Al caminar por el centro histórico, uno no puede evitar sentirse envuelto por la atmósfera vibrante que emana de la Iglesia de Santa María la Mayor, una joya arquitectónica de estilo gótico. Su impresionante torre almenada se alza hacia el cielo, como un faro que guía a los visitantes a través del tiempo. Subiendo por la calle de la iglesia, nos dirigimos hacia la Plaza de España, el corazón pulsante de la comunidad. En esta plaza, el antiguo Ayuntamiento, construido en 1589, se erige como un testimonio de la rica historia de Ólvega. A medida que nos acercamos, podemos admirar la fachada moderna revestida de ladrillo del siglo XX, que contrasta con las antiguas piedras de la estructura original. Desde sus balcones, el tradicional pregón de las Fiestas del Cristo, que tiene lugar cada septiembre, resuena en el aire, llenando a los lugareños y visitantes de entusiasmo y alegría.
La Plaza La Picota, otro de los encantos de Ólvega, nos invita a sumergirnos en el pasado. Aquí, un antiguo frontón recuerda los días en que los habitantes del pueblo se reunían para jugar a la pelota a mano, disfrutando de la camaradería y el espíritu competitivo que caracteriza a esta comunidad. Al fondo, un mural cautivador de Marta Lapeña nos transporta a un momento de introspección, donde una mujer contempla con nostalgia el paisaje de Ólvega y el Moncayo desde su ventana. La obra refleja la conexión íntima que los habitantes tienen con su entorno, recordándonos que cada rincón de este lugar está impregnado de historias y emociones.
El patrimonio cultural de Ólvega se enriquece aún más con la presencia de varias ermitas, cada una con su propia historia y estilo arquitectónico. La Ermita de la Virgen de Olmacedo, la Ermita de San Roque, la Ermita de San Bartolomé, la Ermita de los Mártires, y la Ermita de San Marcos son solo algunos ejemplos de la devoción que ha perdurado a lo largo de los siglos. Estos espacios sagrados no solo son lugares de culto, sino también refugios de paz y contemplación, donde los ecos de las oraciones y las tradiciones se entrelazan con la belleza del paisaje natural que los rodea.
Otro aspecto fascinante del patrimonio de Ólvega es el Museo Antropológico de José Escribano, que se erige como un faro de conocimiento y cultura. Este museo alberga una rica colección de objetos y artefactos que narran la vida cotidiana de los habitantes a lo largo de los años. Aquí, los visitantes pueden sumergirse en la historia del pueblo, desde las tradiciones agrícolas hasta las costumbres y oficios que han definido a esta comunidad a lo largo del tiempo. Cada objeto cuenta una historia, invitando a los visitantes a conectar con el pasado y apreciar la herencia cultural que se ha transmitido de generación en generación.
Y, por supuesto, el Moncayo, con su majestuosidad imponente, no puede dejar de mencionarse. Este espacio natural protegido es un refugio para la biodiversidad y un paraíso para los amantes de la naturaleza. Sus senderos serpenteantes ofrecen oportunidades inigualables para explorar la flora y fauna local, mientras que las vistas desde sus cumbres son un regalo para el alma. El Moncayo no solo es un símbolo del paisaje de Ólvega, sino también un recordatorio de la profunda conexión que los habitantes tienen con su entorno. Las montañas, con su grandeza y su belleza, son un testimonio del tiempo y la resistencia, recordando a todos aquellos que las visitan la importancia de preservar y valorar la naturaleza que nos rodea.
Ólvega es, sin duda, un lugar donde el pasado cobra vida en cada rincón, donde la historia y la naturaleza se entrelazan de manera única. En este hermoso valle, los visitantes no solo descubren un destino, sino que se sumergen en una experiencia emocional que deja una huella imborrable en el corazón. Aquí, en esta localidad rica en tradiciones, el eco de las risas de los niños jugando en la plaza, el murmullo del río que fluye y los susurros del viento entre los árboles crean una sinfonía que resuena con la esencia misma de la vida. Visitar Ólvega es un viaje a través del tiempo, una celebración de la historia, la cultura y la naturaleza que nos invita a recordar lo que verdaderamente significa pertenecer a un lugar.
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